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LA MATRIZ DEL FRAUDE .

Acabar con el cáncer que carcome a la democracia
Por Benjamín Fernández Bogado

Nadie puede saber lo que hubiera sido de EEUU si hubiera Ganado Al Gore y no George Bush en aquellas primeras elecciones (2000) que puso al republicano en la Casa Blanca. Hubo severas acusaciones de fraude y ellas han acompañado al actual presidente a lo largo de toda su gestión. Sino hubiera sido por la cruel ironía del 11 de septiembre, la agenda interna y externa hubiera estado dominada por la referencia de ese acontecimiento pecaminoso e ilegal. Esto deslegitima al candidato o candidata, la sumerge en una nebulosa donde cada vez que explique que no fue fraude se hundirá más y la conciencia le recordará los costos de dicha acción. Una candidatura fraudulenta mina internamente al o la candidata que solo le queda buscar acciones dramáticas que la hagan volver al control del poder.


Paraguay no ha podido sacarse el estigma del fraude que hoy recorre todo el arco político. No hay confianza en los tribunales electorales y menos en la Corte Suprema de Justicia ya que sus acciones, gestos, declaraciones y posturas la han sustraído del ámbito de la institucionalidad para volverla completamente sirvienta del poder de turno.


Los mismos jueces electos por el mecanismo de que: "Habría que pulverizar la justicia", son hoy quienes negocian su permanencia sobre la misma base ponzoñosa que terminó con los seis anteriores. Si la Corte del 2003 hubiera resuelto que Domínguez Dibb era argentino naturalizado paraguayo y por lo tanto no podía ser candidato a presidente, ella hubiera ganado en poder y confianza y, probablemente hubiera tenido a la población como parapeto ante la embestida política de Nicanor y de todo el espectro político paraguayo. No se animó, guardó el expediente de forma que si Domínguez ganara las internas a Nicanor, este en connivencia con la Corte, hubiera utilizado el expediente a favor suyo. Era también mejor competir con dos fuerzas divididas: Riera y ODD que unificarlas en contra.


Hoy estamos casi igual que aquellos tiempos, los jueces son sirvientes del poder político y estos saben cómo usarlos y disponerlos cuando haga falta. Hoy son funcionales a dejar fuera de carrera a Lugo y a Oviedo o a rechazar los alegatos de Castiglioni, a quien le faltó coraje para denunciar el atropello a la Constitución cuando Nicanor decidió ser candidato a presidente de la Junta de Gobierno. En ese momento, él debía haber sabido que si no lo hacía: perdía todo. En ese momento también el Tribunal Electoral perdió el control del sistema y la Corte mostró su verdadero rostro de sirvienta.


Lo peor de toda esta situación es que ella mina moralmente la democracia. Le saca conciencia histórica y la vuelve inerme ante la oferta autoritaria. Ella se deslegitima en el fraude. Pierde carácter ético y los que perpetran el fraude se vuelven soberbios y poderosos ante la ausencia de limites.


El ejercicio del poder por tanto debe necesariamente ser fraudulento como su matriz. Piensa, actúa y dispone en función de su deslegitimación postergando a su paso las urgencias del país. El fraude es el cáncer de la democracia, lo peor es que para acabar con él muchas veces hay que perder al paciente lo que demuestra la futilidad de su acción.


Hoy estamos ante una cancha embarrada, sin jueces, sin garantías, sin escrutinio justo y con hinchada desmoralizada ante el fraude.

Hoy se requiere, más que nunca en el Paraguay, acabar con la matriz del fraude y para eso hay que recuperar la confianza en el tribunal electoral y en la Corte Suprema de Justicia, y para eso no hay otro camino que el juicio político.


Lo contrario es continuar la labor de metástasis en una democracia que por culpa del fraude, la corrupción y la ignorancia es hoy solo un remedo de algo que podía haber sido pero no fue.

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